[LOS RELATOS DE VALENTINA] Hora Del sin azúcar.

by - miércoles, marzo 04, 2015







Dulcinea llevó la taza con sabor amargo hasta sus labios, tanto de sus ojos como de la taza corrían lágrimas color café llenas de desesperanza, Dulcinea había estado pensando en la muerte y hablaba de ello con Cándida.

“Cándida, llévame contigo a ése lugar dónde no hay más que nada.”
“Cándida, vivo de pasos fallidos y mis piernas ya no dejan de sangrar”.
“Cándida, por qué me llaman Dulcinea si de amargos tragos estoy hecha.”

Escabullirme de la realidad era mi especialidad, me hundía entre páginas y letras desordenadas que, a mi vida algo de sentido aportaban, claro sólo cuando Cándida no me escuchaba.
Le grité:

¡Cándida, escúchame o lloraré hasta inundarme!
¡Cándida, te necesito más que todo y que a nada!
¡Cándida, envidio tu ilusionada mirada!

Encendí una esperanza ahogada que, acompañada entre sorbos de café mis labios manchaba. En mi habitación sólo el ruido de mis pensamientos resonaba.

Le ofrecí un cigarro a Cándida y ésta aún nada que llegaba, seguro que con Flavio se encontraba, Flavio era su amor, su amante, su amigo y el hombre que la daba todo lo que yo jamás pude ni  podré ofrecerle, aún así, ella a mi lado cada que se sentaba, escuchaba el canto de mis lágrimas y observaba como el viento despojaba mis palabras. 

Entre besos con aire ilusionado me hacía padecer de felicidad y le daba a mis mejillas un toque de fe que, aunque poco durase, un sabor dulce me dejaba.

Me levanté del mar en donde ahogada me hallaba, en el reflejo de una perla me encontré con el cabello marchito y mis castaños ojos maquillados de nostalgia, mi piel porcelana agrietada estaba, mis lunares eran estrellas muertas que en mi piel un camino a la perdición guiaban, mis manos arrugadas y secas acariciaban los moretones que en mis piernas tu recuerdo dibujaba.

Por un momento creí ver a Cándida a mis espaldas, grité su nombre y le dije que la amaba, que de Flavio se olvidará y conmigo regresará.

Recordé que entre paredes de algodón nada ni nadie me escuchaba.

Atte. Valentina Mora

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